A través de estudios de comportamiento, hemos logrado sumergirnos en la perspectiva canina, entendiendo cómo nuestros fieles compañeros perciben el mundo que los rodea. A menudo se ha afirmado que los perros carecen de una buena vista y dependen casi exclusivamente de su aguda capacidad olfativa. Sin embargo, esta afirmación no debe ser tan categórica. La realidad es que hay aspectos visuales en los que los caninos superan a los humanos, simplemente porque sus visiones han evolucionado de manera distinta.
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Las razas que conservan firmemente su legado cazador poseen una visión excepcional que les permite detectar fácilmente a sus presas en diversos entornos y condiciones lumínicas, centrándose principalmente en el movimiento. Para la caza, el color y la nitidez son irrelevantes, por lo que la vista canina ha priorizado aspectos que garanticen su supervivencia.
Los perros cuentan únicamente con dos tipos de conos fotoreceptores responsables de percibir el color: azul y amarillo. Por lo tanto, los demás colores son interpretados en función de su cercanía a estas tonalidades, siendo más difícil para ellos asignar colores distintos a los monocromáticos a medida que se alejan de estas tonalidades.
En términos generales, los perros poseen un campo visual con poca profundidad. Aquello que una persona puede distinguir con claridad a 20 metros, un perro necesitará acercarse a unos 6 metros para apreciarlo con la misma nitidez. Incluso los canes de hocico alargado deben inclinar la cabeza al observar a sus dueños para verlos correctamente, ya que su visión está adaptada a distancias mayores entre el objeto y el ojo.
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Su habilidad para detectar objetos en movimiento supera a su capacidad para percibir elementos estáticos, lo que influye en su preferencia por juguetes y actividades que involucran movimiento. De hecho, tu mascota te reconocerá más fácilmente cuando estés en movimiento que cuando permanezcas estático.
Finalmente, los perros superan a los humanos en visión nocturna gracias a sus pupilas amplias, que les permiten captar más luz. Esta característica, heredada de su ancestral necesidad de caza, ha perdurado a lo largo de los años, incluso tras convertirse en animales domésticos.
